The Girl at the Lion d'Or es una novela de Sebastian Faulks, que se publicó en 1993.
Más abajo conocemos algo de su argumento y ponemos unos párrafos
de la novela, del momento de la llegada de la protagonista a un pueblo para
tomar un trabajo.
Introducción
The
Girl at the Lion d'Or fue la segunda novela de Sebastian Faulks. Tiene lugar en un
pueblo ficticio en Francia, en 1936. Junto
a Birdsong
y Charlotte Gray, componen la trilogía
francesa de Faulks.
Argumento
Anne Louvert llega a Janvilliers desde París para
ocupar un puesto en una posada. Conoce al personal: la cocinera borracha, el
portero hambriento de sexo, y el misterioso patrón. Luego están los
clientes: el malvado Mattlin y el sensible Hartmann, los más destacados entre
ellos.
El millonario, y casado, Charles Hartmann inicia una
aventura con Anne. Ella le revela sus secretos, sus miedos y sus esperanzas. Su
esposa, Christine, lo conoce mejor y, al final, no es una competencia real para
ella.
La infancia de Anne ha sido arruinada por la Primera Guerra Mundial. Su padre fue fusilado por un cargo de motín mientras servía en las trincheras en Verdún, y su madre, acosada y victimizada por su destino, se suicida. Anne soportó una existencia errante y precaria con su tío Louvert, cuyo nombre adopta.
Soldados franceses a punto de atacar desde sus posiciones en las trincheras, Batalla de Verdún, 1916 |
Párrafos
… En aquellos días la estación de Janvilliers tenía
un techo de vidrio arqueado sobre la plataforma que se extendía hacia el sur,
como una imitación de los grandes domos de St. Lazare. Cuando llovía el impacto
del agua hacía oir un cascabeleo al vibrar el vidrio contra la estructura
metálica. El lejano sonido de la locomotora fue apenas audible para las dos
personas que bajaron del tren en aquella húmeda noche de lunes.
Uno era el conductor, quién estaba siguiendo la
costumbre de años, bajando de su cabina, con el sombrero sobre sus orejas,
corriendo al costado del buffet donde su vaso de brandi lo estaba esperando. No
había tiempo para conversar. Un trago rápido y volver a la plataforma,
acomodándose a bordo, con unas palabras al fogonero y un vigorizado tirón a las
palancas mientras la maquina siseaba y el tren se preparaba para llegar; como
usualmente, un minuto y medio más tarde en su próxima parada.
La otra era una chica delgada, de cabellos negros,
con dos grandes valijas, frunciendo su seño ante la lluvia y tratando de no
sentir miedo. Se paró a la salida del hall con la esperanza que alguien la
estuviera esperando.
—Se valiente, pequeña Anne, se valiente. —el viejo
Louvet, su guardián, le hubiera dicho, si estuviera sobrio o vivo.
Después de un tiempo vio unas luces pero el auto dio
una vuelta alrededor de las fuentes y se alejó.
Louvet, quien se veía como filósofo, tenía la teoría
que toda infelicidad era una versión de un mismo sentimiento. Al sentir un poco
de abandono Anne, mirando a la mojada plaza, lo visualizó explicándole:
—Cuando el buen señor hizo este mundo de un número
infinito de posibilidades abierto a él y seleccionó el tipo de miseria que sus
criaturas debían sufrir, seleccionó solo un modelo. El momento del lamento. La
muerte, el abandono, la traición. Todo la misma cosa. El chico enviado por sus
padres, la viuda, el amante abandonado. Todos sentían lo mismo, la cual en su
sentido más extremo, encuentra expresión en un llanto. La práctica le había
dado a Louvet casi una elocuencia religiosa a su conclusión blasfema:
—Uno no puede dejar de sentir, mi querida Anne, que
Dios, si no era poco imaginativo al menos era algo simple.
Anne, que no era filósofa, vio una forma masculina,
envuelta en una capa, acercarse desde la obscuridad. Su voz fue dura y enojada:
— ¿Eres la camarera? ¿Para el Hotel du Lion d´Or?
Su cara se notó ahora a la luz amarilla del hall.
Era un joven de diecinueve años, aproximadamente, con gruesas y negras cejas y
rulos negros que caían debajo de su gorra de cuero. Tenía un cigarrillo apagado
entre sus dientes y sus cachetes estaban traumados por manchas.
—Así es. ¿Quién eres tú?
—Trabajo allí. Mi nombre es Roland. Tengo la
camioneta. El jefe me ordenó venir a buscarte. Está más allá.
Caminó adelante, en una mezcla de incomodidad y en
un intento de mantenerse seco envolviéndose en su capa, lo que causaba que sus
rodillas se mantuvieran cercanas. Anne lo siguió, tratando de mantenerse a la par,
con la desventaja de arrastrar dos pesadas valijas. Roland la llevó a la parte
de atrás de la estación y señaló a una pequeña camioneta. Descubrió las lonas y
la invitó a subir las valijas. Con considerable esfuerzo y maldiciendo hacia la
pequeña máquina, tuvo éxito en hacerla saltar y luego arrastrarse por la
obscura plaza mientras peleaba por encontrar la palanca de cambios.
Nerviosa por lo que podría estar esperando por ella
Anne empezó a hablar.
— ¿Qué haces en el hotel?
—Las cosas que nadie más quiere hacer. Botas. Lavar.
Atender las mesas los domingos.
— ¿Eres de aquí?
—Sí. Nunca salí. En realidad no quiero hacerlo. Fui
a París una vez.
— ¿Te gustó?
—En realidad, no.
— ¿Por qué?
—No sé.
—Yo vengo de París.
Roland no respondió pero volvió a subir su ventana y
accionó el limpia parabrisas. La goma casi había desaparecido por completo y el
pequeño motor funcionaba mejor en tiempo seco. Roland trató de adivinar el
camino a través de la mugre que dejaba el limpia parabrisas.
Anne no sabía que decirle. Parecía grosero no
conversar pero no quería distraerlo.
— ¿Siempre manejas esta camioneta?
—No. Bueno, sí. No es que no estoy acostumbrado a
ella. La manejo tanto como otros. Pero el combustible.
— ¿Es malo el jefe?
—No, es la Madame. Él no se podría despreocupar
menos.
— ¿La Madame es su esposa?
—No. Ella es la gerente… (The
Girl At The Lion d’Or, Sebastian Faulks. Traducción y adaptación propias.)
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Fuentes
The Girl at the
Lion d´Or, Wikipedia
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