martes, 10 de enero de 2023

My Disillusionment in Russia

My Disillusionment in Russia (Mi desilusión en Rusia) es un libro de Emma Goldman, publicado en 1923. Simpatizante con la revolución rusa inicialmente, el libro es una desapasionada crítica de la revolución bolchevique así como de la nueva política económica de Vladimir Lenin. También es crítica de la teoría marxista a la que Goldman describe como “una fría, mecanicista y esclavizante fórmula”.

Encontramos dos fotos históricas de la revolución rusa: una de un ataque de revolucionarios, otra la de los festejos de Poltava en 1909.

 

Párrafos

En la dislocación general de la vida en Rusia y el desmoronamiento de su maquinaria económica, el sistema ferroviario fue el que más sufrió. El tema se discutió en casi todas las reuniones.

Entre Petrogrado (San Petersburgo) y Moscú, sin embargo, el estado real de las cosas no era tan notorio, aunque las estaciones principales siempre estaban abarrotadas y la gente esperaba durante días tratando de asegurar lugares.

Si uno tenía la suerte de conseguir el permiso necesario para viajar, podía hacer el viaje sin peligro para la vida. Pero cuanto más al sur se iba, más evidente se volvía la desorganización. Los autos rotos salpicaban el paisaje, los motores averiados yacían a lo largo de la ruta y, con frecuencia, las vías estaban horribles. Por todas partes en Ucrania las estaciones estaban llenas hasta la asfixia, la gente corría salvajemente cada vez que se avistaba un tren.

La mayoría permanecía durante semanas en los andenes antes de lograr subirse a un tren. Los escalones y hasta los techos de los vagones estaban abarrotados de hombres y mujeres cargados de bultos y bolsas. En cada estación había una lucha salvaje por un poco de espacio. Los soldados expulsaban a los pasajeros de los escalones y los techos y, a menudo, tenían que recurrir a las armas. Sin embargo, la gente estaba tan desesperada y tan decidida a llegar a algún lugar donde hubiera esperanza de conseguir un poco de comida, que parecía indiferente a la detención y arriesgaban sus vidas continuamente en este modo de viajar. Como resultado de esta situación hubo innumerables accidentes. Constantemente asaltaban los carros en busca de comida, o cuando volvían cargados con su preciada carga de harina y papas.

Día y noche las terribles escenas se repetían en cada estación. Se estaba convirtiendo en una tortura viajar en nuestro automóvil bien equipado. Contenía solo a seis personas, dejando un espacio considerable para más; sin embargo, se nos prohibió compartirlo con otros. No fue solo por el peligro de infección o de insectos, sino porque los efectos del museo y el material recolectado seguramente habrían desaparecido si hubiéramos permitido a extraños a bordo. Tratamos de salvar nuestra conciencia al permitir que mujeres y niños o lisiados viajaran en la plataforma trasera de nuestro automóvil, aunque incluso eso era contrario a las órdenes.

Revolutionaries attacking the tsarist police, February Revolution.
Ataque bolchevique

 Otro detalle que nos causó bastante molestia fue la inscripción en nuestro auto, que decía: Comisión Extraordinaria del Museo de la Revolución. Nuestros amigos del museo nos habían asegurado que el "título" nos ayudaría a asegurar la atención en las estaciones y también sería eficaz para enganchar nuestro vagón a los trenes que necesitáramos. Pero ya los primeros días demostraron que la inscripción despertó el sentimiento popular contra nosotros. El nombre "Comisión Extraordinaria" significaba para el pueblo la Tcheka (policía secreta). No prestaron atención a las otras palabras, siendo aterrorizados por la primera.

Una vez tranquilizado, el sencillo ruso nos abrió su corazón. Una palabra amable, una pregunta solícita, un cigarrillo, cambiaron su actitud. Especialmente cuando se les aseguraba que no éramos comunistas y que veníamos de Estados Unidos. La gente a lo largo de la ruta se suavizaba y se volvía más habladora, a veces incluso confidencial. Eran sencillos y primitivos, a menudo toscos. Pero por analfabetos que fueran, esta gente sencilla tenía claras sus necesidades. Eran vírgenes y poseían una profunda fe en la justicia elemental y la igualdad.

A menudo me conmovían casi hasta las lágrimas estos campesinos y campesinas rusas que se aferraban a los escalones del tren en movimiento, en todo momento en peligro de muerte, pero permaneciendo de buen humor e indiferentes a su miserable condición. Intercambiaban historias de sus vidas y a veces estallaban en las melodiosas y tristes canciones del sur. En las estaciones, mientras el tren esperaba una locomotora, los campesinos se reunían en grupos, formaban un gran círculo, y luego alguien comenzaba a tocar el acordeón, los transeúntes acompañaban con canciones. Era extraño ver a estos campesinos hambrientos y harapientos, con enormes cargas sobre sus espaldas, de pie, completamente olvidados de su entorno, derramando sus corazones en canciones populares. 

Un pueblo peculiar, estos rusos, santos y demonios a la vez, que manifiestan los impulsos más elevados y brutales, capaces de casi cualquier cosa excepto un esfuerzo sostenido. Muchas veces me he preguntado si esta carencia no explicaría en alguna medida la desorganización del país y la trágica condición de la Revolución…

Llegamos a Poltava por la mañana. La ciudad, alegre a la luz del sol, con las calles bordeadas de árboles, y pequeños jardines entre ellos. En ellos crecía una gran variedad de vegetales, y fue reconfortante notar que no había cercas y aun así los vegetales estaban a salvo, lo que seguramente no habría sido el caso en Petrogrado o Moscú. Aparentemente no había tanta hambre en esta ciudad como en el norte.

The 200th Anniversary celebrations of the Battle of Poltava in June 1909
Celebraciones por la batalla de Poltava, 1909

Junto al secretario de la expedición visité la sede del gobierno. En lugar del habitual Ispolkom (Comité Ejecutivo del Soviet), Poltava estaba gobernada por un comité revolucionario conocido como Revkom. Esto indicaba que los bolcheviques aún no habían tenido tiempo de organizar un soviet en la ciudad. Conseguimos que el presidente del Revkom se interesara por el propósito de nuestro viaje y prometió cooperar. Nuestra grata recepción auguraba buenos resultados.

En la Oficina para el Cuidado de Madres e Infantes conocí a dos mujeres muy interesantes: una era la hija del gran escritor ruso Korolenko y la otra ex presidenta de la Save-the-Children Society. Al enterarse del propósito de mi presencia en Poltava, las mujeres me ofrecieron su ayuda y me invitaron a visitar su escuela y la casa cercana de Korolenko.

La escuela estaba ubicada en una pequeña casa. La sala de recepción contenía una rica colección de muñecas de todas las variedades. Había hermosas muchachas ucranianas, compitiendo con coloridos vestidos y tocados con sus hermosas hermanas del Cáucaso.

Los apuestos cosacos del Don miraban con orgullo a sus menos agraciados hermanos del Volga. Había muñecas de todo tipo, que representaban trajes locales de casi todas las partes de Rusia. La colección también contenía varios juguetes, el trabajo manual de los pueblos y hermosos diseños de la manufactura kustarny, que representaban grupos de niños con atuendos campesinos rusos y siberianos.

Las señoras de la casa relataron la historia de la Sociedad Save-the-Children. La organización existente, durante varios años, tuvo un alcance muy limitado hasta la revolución de febrero. Luego se incorporaron a la sociedad nuevos elementos, principalmente de tipo revolucionario. Se esforzaron por extender su trabajo y proveer no solo por el bienestar físico de los niños sino también por educarlos, enseñarles a amar el trabajo y desarrollar su aprecio por la belleza. Se exhibieron juguetes y muñecos, hechos principalmente de material de desecho, y lo recaudado se destinó a las necesidades de los niños.

Después de la Revolución de Octubre, cuando los bolcheviques se apoderaron de Poltava, la sociedad fue allanada repetidamente y algunos de los instructores arrestados bajo sospecha de que la institución era un nido contrarrevolucionario. El pequeño grupo que quedó continuó, sin embargo, con sus esfuerzos en favor de los niños. Lograron enviar una delegación a Lunacharsky para pedir permiso para continuar con su trabajo. Lunacharsky se mostró comprensivo, emitió el documento solicitado e incluso les entregó una carta a las autoridades locales, señalando la importancia de su trabajo… (My Disillusionment in Russia, capítulo 20, Emma Goldman. Traducción y adaptación propias.)

 

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