sábado, 12 de noviembre de 2022

Memoirs of Fanny Hill

Memoirs of a Woman of Pleasure (Memorias de una mujer de placer) se publicó en 1748 (hace más de 200 años) y todavía sigue siendo prohibida y todavía sigue siendo controversial. Hay temas (como los del sexo) que no se tratan ni se enseñan todavía hoy, en pleno siglo 21 y casi terminando la vida en el planeta tierra.

Más abajo ponemos unos párrafos del comienzo de la novela y la historia de su publicación. También incluimos algunos libros prohibidos en los Estados Unidos.


Generalidades

Memoirs of a Woman of Pleasure, conocida popularmente como Fanny Hill, es una novela erótica del novelista inglés John Cleland, publicada por primera vez en Londres en 1748. Escrita mientras el autor estaba en prisión por deudas en Londres, se considera "la primera pornografía en prosa original en inglés y la primera pornografía en utilizar la forma de la novela". Es uno de los libros más perseguidos y prohibidos de la historia de la humanidad.

La novela consta de dos largas cartas escritas por Frances 'Fanny' Hill, una rica inglesa de mediana edad que lleva una vida feliz con su amado esposo Charles y sus hijos, a una conocida anónima identificada solo como 'Señora'.

La primera carta comienza con un breve relato de la infancia empobrecida de Fanny en un pueblo de Lancashire. A los 14 años, pierde a sus padres a causa de la viruela, llega a Londres para buscar trabajo doméstico y es atraída a un burdel.

Memoirs of a Woman of Pleasure, Fanny Hill, no es demasiado larga, y sí se centra en los placeres sexuales y experiencias amatorias de su protagonista. Lo que la hace única es que fue publicada hace más de 200 años. Las ilustraciones de Édouard-Henri Avril para la edición de 1887 son para poner colorado a cualquiera.

 

Párrafos

… Mi nombre de soltera era Frances Hill. Nací en un pequeño pueblo cerca de Liverpool, en Lancashire, de padres pobres.

Mi padre, que había sufrido una mutilación en los miembros que le impedía seguir las ramas más laboriosas de la faena campesina, obtenía, haciendo redes, una escasa subsistencia, que no aumentaba mucho con el mantenimiento de una pequeña escuela diurna para las chicas de su barrio por parte de mi madre. Habían tenido varios hijos pero ninguno vivió excepto yo, que había recibido de la naturaleza una constitución perfectamente sana.

American edition of Fanny Hill, c. 1910
Tapa de Fanny Hill

Mi educación, hasta pasados los catorce años, no fue más que muy vulgar: la lectura, o más bien la ortografía, un garabato ilegible y un poco de trabajo ordinario, componían todo el sistema; y luego todo mi fundamento en la virtud no era sino una total ignorancia del vicio, y la timidez general de nuestro sexo, en la tierna edad de la vida, cuando los objetos alarman más por su novedad que por cualquier otra cosa. Pero entonces, este es un miedo que se cura con demasiada frecuencia a expensas de la inocencia, cuando la señorita, poco a poco, comienza a dejar de mirar al hombre como una criatura de presa que se la comerá.

Mi pobre madre había dividido su tiempo tan enteramente entre sus estudios y sus pequeños cuidados domésticos, que había ahorrado muy poco en mi instrucción.

Estaba entrando ahora en mi decimoquinto año, cuando me sobrevino el peor de los males con la pérdida de mis queridos padres, quienes fueron llevados por la viruela, con pocos días de diferencia, de modo que ahora me quedé como un infeliz huérfano sin amigos.

Nada contribuyó más a recuperarme que las nociones que inmediatamente se me metieron en la cabeza, de ir a Londres y buscar un servicio, en el que me prometió toda la ayuda y el consejo una tal Esther Davis, una mujer joven que tras la estancia de unos días para visitar a unos amigos, volvía a su lugar.

Como no tenía a nadie en el pueblo, que estuviera lo suficientemente preocupado por lo que sería de mí, como para comenzar cualquier objeción a este plan, y la mujer que me cuidó después de la muerte de mis padres, más bien me animó a seguirlo, pronto llegué a la resolución de lanzarme al ancho mundo, yendo a Londres, para buscar fortuna.

Esther Davis también me animó a aventurarme con ella, despertando mi curiosidad infantil con las bellas vistas que se verían en Londres: las tumbas, los leones, el rey, la familia real, las bellas obras de teatro y óperas, y, en resumen, todas las diversiones que caían dentro de su esfera de vida por venir.

Ella fue, sin embargo, tan justa conmigo que se las arregló para convertir en dinero los pocos bienes que me quedaban después de que se pagaran las deudas y los gastos de entierro, y, a mi partida, puso toda mi fortuna en mis manos; que consistía en un guardarropa muy delgado, empacado en una caja muy portátil, y ocho guineas, con diecisiete chelines en plata, guardados en una bolsa de resorte, que era el tesoro más grande que jamás había visto juntos, y que no pude concebir que existía la posibilidad de agotarse. Y en verdad, estaba tan enteramente embelesada con la alegría de verme dueña de tan inmensa suma, que presté muy poca atención a un mundo de buenos consejos que me fue dado con ella.

Así pues, una vez tomados los lugares para Esther y para mí en la diligencia, paso por alto una escena muy inmaterial de despedida, en la que derramé algunas lágrimas entre dolor y alegría; y, por las mismas razones de insignificancia, paso por alto todo lo que me sucedía en el camino, como que el carretero me miraba embriagado, los planes que tramaban algunos de los pasajeros, que fueron derrotados por la valentía de mi guardiana Esther ; quien, para hacerle justicia, me cuidó maternalmente, al mismo tiempo que me cobraba por la protección haciéndome pagar todos los gastos de viaje, que pagué con la mayor alegría, y me creí muy agradecida a ella.

De hecho, se cuidó mucho de que no fuéramos engañadas, así como de manejarnos lo más frugalmente posible.

Era bastante tarde en una tarde de verano cuando llegamos a la ciudad, en nuestro lento vehículo. Al pasar por las calles más grandiosas que conducían a nuestra posada, el ruido de los coches, la prisa, la multitud de peatones, en fin, el nuevo paisaje de las tiendas y las casas, a la vez me complacía y me asombraba… (Memoirs of Fanny Hill, Letter the First, John Cleland, traducción y adaptación propias.)

 

Historia de la publicación

La novela fue publicada en dos partes en 1748 y en 1749. Inicialmente no tuvo reacción gubernamental. Sin embargo en 1749 los editores fueron arrestados y acusados de “corromper a los súbditos del rey”.

Al hacerse popular aparecieron ediciones piratas del libro. Se creyó que la escena cerca del final en la cual Fanny reacciona a la presencia de dos jóvenes envueltos en sexo anal, fue una interpolación hecha para las ediciones piratas, pero la escena está presente en la primera edición. En el siglo 19 copias del libro se vendieron de contrabando en el Reino Unido y los Estados Unidos. En 1887 una edición en francés apareció con ilustraciones de Édouard-Henri Avril.

Kirk Douglas and Joan Tetzel in stage play, One Flew Over the Cuckoos's Nest
Kirk Douglas en One Flew Over the Cuckoos´s Nest

Libros prohibidos en los Estados Unidos

A Farewell to Arms, de Ernest Hemingway.

An American Tragedy, de Theodore Dreiser.

One Flew Over the Cuckoo's Nest, de Ken Kesey.

The "Genius", de Theodore Dreiser.

Ulysses, de James Joyce.

And Tango Makes Three, de Peter Parnell y Justin Richardson.

Flowers for Algernon, de Daniel Keyes.

Looking for Alaska, de John Green.

 

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