Haven es el relato de Ruth Gruber sobre el rescate, el acompañamiento y el apoyo a judíos que escapaban de la guerra en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial.
El relato que hace Gruber de los hechos no solo es apasionante sino completamente
histórico, con nombres de personajes reales del gobierno que participaron de
esa aventura.
Más abajo una foto conmovedora de niños judíos refugiados en Italia.
La autora
En la Segunda
Guerra Mundial el secretario del interior Harold L. Ickes le asignó a Gruber
la misión de llevar mil judíos refugiados de Italia a los Estados Unidos.
Ickes la nombró general pues si su
avión era derribado y era atrapada por los
nazis sería mantenida con vida de acuerdo a la Convención de Ginebra.
En el viaje el transporte Henry Gibbins fue atacado por aviones
y submarinos nazis. Haven se basó
en los casos que Gruber grabó al
entrevistar a los
refugiados.Gruber fue la primera periodista en entrar al recientetemente establecido Reino de Jordania
Párrafos traducidos de la versión en inglés
… las palabras saltaron desde el Washington Post:
“He decidido, anunciaba el presidente Franklin
Delano Roosevelt, que aproximadamente 1.000 refugiados serán traídos desde
Italia.”
Europa estaba hirviendo. Era junio de 1944. Por años
a los refugiados que tocaban las puertas de los consulados norteamericanos se
les había dicho:
—No pueden entrar en norteamérica. Los cupos están
llenos.
Ahora, de pronto, había esperanzas.
En mi mesa, con el aire contra el calor del verano
de Washington, continué devorando el artículo. Los mil refugiados serían
seleccionados por la War Refugee Board, llevados por la armada y emplazados en
Fort Ontario, Oswego, Nueva York. El campo sería administrado por la War
Relocation Authority, para la cual trabajaba, junto a Harold Ickes, Secretario
del Interior.
Llegué a la calle E en un taxi y miré al lindo
edificio que pertenecía a la Secretaría. Ahora también se encargaría de los
refugiados. En mi oficina hablé con la secretaría de Ickes y arreglé una
entrevista para las once.
Ickes se sentaba en un enorme escritorio cuando
entré.
—Siéntate —me dijo.
Finalizó sus papeles, se comunicó con la secretaría
y esta se los llevó.
Volvió su atención hacia mí.
— ¿Si?
—Es sobre los mil refugiados que el presidente
Roosevelt está invitando a norteamérica. Es lo que hemos estado esperando todos
estos años. De salvar vidas. Pasar por alto los cupos.
— ¿Qué hay detrás? ¿Cómo pasó?
Se acomodó en su silla. Sus ojos se veían cansados.
—Salió en una reunión de gabinete. Parece que los
refugiados yugoslavos, y otros, están entrando en Italia a un promedio de 1.800
por semana. Es un problema para los militares allí.
¿Fue la armada la que presionó entonces? Los
ejércitos aliados estaban tocando a las puertas de Italia. Los diarios estaban
llenos de noticias de sangrientas batallas en Anzio y Cassino. Habíamos perdido
miles de hombres en las montañas del sur de Italia. Los refugiados llegaron a
Italia a la cola del ejército. Bloqueando las rutas. Con necesidad de comida y
refugio.
—Alguien en la reunión propuso traer a los
refugiados. El presidente todavía tenía la idea de encontrar refugios en alguna
parte de Europa, Sicilia, o partes del norte de África como Libia.
—Pero seguramente no es solo por la presión de la
armada que los estamos refugiando. Tiene que haber razones más humanitarias.
—Por supuesto que es humanitaria. Mira lo que pasó
con la ley de Alaska que preparamos aquí.
Asentí con la cabeza. En 1940, un año antes de Pearl
Harbor, se introdujo una ley para llevar 10.000 refugiados a Alaska. La mitad
de ellos serían norteamericanos, la otra mitad vendría de diferentes partes de
Europa, que prometieran quedarse en Alaska por cinco años. Después se les
permitiría entrar en los Estados Unidos.
La ley conseguiría dos cosas. Ayudar a abrir a
Alaska a los refugiados y servirles de hogar. Pero la oposición fue tan grande,
de los aislacionistas y de los mismos lugareños de Alaska, que la ley no fue
aprobada.
—Estoy seguro que va a haber oposición —dijo Ickes.
Pensé en los millones de judíos esperando ser
rescatados. Había escalofriantes rumores que varios millones habían sido
asesinados en Alemania, Polonia y en otros países que Hitler había conquistado.
Había millones más en Hungría, Rumania e Italia. Tal vez podíamos rescatarlos,
quitárselos de las garras de Hitler.
De todos los miembros del gabinete Ickes, que me
confesó que nunca había visto a un judío antes de los quince años, era el más
apasionado en denunciar las atrocidades de los nazis en contra de los judíos.
—Señor secretario —me escuché hablando con urgencia.
Está gente, llegando a un país extraño, debe estar con miedo. Alguien tiene que
acompañarlos. Alguien tiene que tomar sus manos.
— ¿Estás sugiriendo…? —el cansancio pareció
desaparecer. ¡Qué buena idea! Voy a enviarte a ti. Tú serás quien los traiga
aquí.
Ickes era hombre de decisiones urgentes.
Inmediatamente se comunicó con Dillon Myer, autoridad en el War Relocation.
—Myer —le escuché decir. Quiero mandar a alguien a
Italia para traer a esos refugiados. ¿Qué? ¿Ya elegiste a alguien? ¿A un
hombre? Tú manda a ese hombre. Yo mandaré a esta mujer. Sí. Es una mujer.
Joven. ¿Qué?
Mi estómago se paralizó.
— ¿Qué tiene que ver que sea joven? Eso no le
impidió sacar su título universitario en literatura cuando tenía veinte. Y se
perfeccionó en Alemania. Conozco sus habilidades. Ha estado trabajando para mí por
tres años. Estos refugiados son de los Balcanes y de Europa central. La mayoría
probablemente hable alemán. Ella habla alemán y yiddish. Va a haber muchas
mujeres y niños. Ella va a saber cómo hablarles. Los va a entender.
A la tarde fui convocada a la oficina de Ickes.
—Myers acaba de irse —me contó. Le dije que no podía
pensar en nadie más apto. Le dije que era un trabajo único y que tú tenías
calificaciones únicas. Puedes comunicarte con la gente. Con tus antecedentes
van a confiar en ti.
Esperé a que continúe.
—Es más. Le dije que podrías ser de gran utilidad
escribiendo sobre ellos a tu regreso. Le dije cómo siempre se te pide que
hables sobre Alaska. También tus contactos con la prensa pueden ser
importantes. Le aclaré que el Herald Tribune te envió al ártico soviético.
Todavía no me contaba sobre la decisión de Myer.
Myer era un veterano empleado del gobierno que había
llegado desde el ministerio de agricultura. Me di cuenta que dudaría en enviar
a una mujer a hacer ese trabajo.
—Myers dijo que hay problemas —continuó Ickes.
Interior no está a cargo de todo el proyecto sino de War Refugee Board.
—Myers tendrá que ver que te aprueben. Le dije que
te vea antes de que se entreviste con ellos. La reunión es a las once.
—Él no me conoce.
—Tengo el presentimiento que piensa que eres
cualquier trabajadora social. Son estos burócratas. Tienen miedo de hacer algo
inusual, algo que requiera coraje e imaginación.
Esa noche volví a leer el mensaje del presidente a
la nación:
“Esta nación está asombrada por la persecución
sistemática de grupos minoritarios por parte de los nazis. Para nosotros la
masacre de gente inocente solo por su raza, religión o credo político es el más
negro de todos los crímenes… la furia de su insano deseo de exterminar a la
raza judía en Europa no disminuye. Este es solo un ejemplo. Muchos grupos
cristianos también han sido asesinados.”… (Traducción propia de Haven,
de Ruth Gruber.)Soldado y enfermeras de la Jewish Agency cuidan a niños judíos refugiados en Italia, 1944
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—Si pudieras ir yo me encargaría de tus gastos.
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Fuentes
Ruth Gruber,
Wikipedia
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