domingo, 5 de febrero de 2023

Haven

Haven es el relato de Ruth Gruber sobre el rescate, el acompañamiento y el apoyo a judíos que escapaban de la guerra en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial.

El relato que hace Gruber de los hechos no solo es apasionante sino completamente histórico, con nombres de personajes reales del gobierno que participaron de esa aventura.

Más abajo una foto conmovedora de niños judíos refugiados en Italia.

 

La autora

En la Segunda Guerra Mundial el secretario del interior Harold L. Ickes le asignó a Gruber la misión de llevar mil judíos refugiados de Italia a los Estados Unidos. Ickes la nombró general pues si su avión era derribado y era atrapada por los nazis sería mantenida con vida de acuerdo a la Convención de Ginebra.

En el viaje el transporte Henry Gibbins fue atacado por aviones y submarinos nazis. Haven se basó en los casos que Gruber grabó al entrevistar a los refugiados.

The Arab Legion post at the Allenby Bridge, 1946. First journalist to enter the newly established Hashemite Kingdom of Jordan
Gruber fue la primera periodista en entrar al recientetemente establecido Reino de Jordania

Párrafos traducidos de la versión en inglés

… las palabras saltaron desde el Washington Post:

“He decidido, anunciaba el presidente Franklin Delano Roosevelt, que aproximadamente 1.000 refugiados serán traídos desde Italia.”

Europa estaba hirviendo. Era junio de 1944. Por años a los refugiados que tocaban las puertas de los consulados norteamericanos se les había dicho:

—No pueden entrar en norteamérica. Los cupos están llenos.

Ahora, de pronto, había esperanzas.

En mi mesa, con el aire contra el calor del verano de Washington, continué devorando el artículo. Los mil refugiados serían seleccionados por la War Refugee Board, llevados por la armada y emplazados en Fort Ontario, Oswego, Nueva York. El campo sería administrado por la War Relocation Authority, para la cual trabajaba, junto a Harold Ickes, Secretario del Interior.

Llegué a la calle E en un taxi y miré al lindo edificio que pertenecía a la Secretaría. Ahora también se encargaría de los refugiados. En mi oficina hablé con la secretaría de Ickes y arreglé una entrevista para las once.

Ickes se sentaba en un enorme escritorio cuando entré.

—Siéntate —me dijo.

Finalizó sus papeles, se comunicó con la secretaría y esta se los llevó.

Volvió su atención hacia mí.

— ¿Si?

—Es sobre los mil refugiados que el presidente Roosevelt está invitando a norteamérica. Es lo que hemos estado esperando todos estos años. De salvar vidas. Pasar por alto los cupos.

— ¿Qué hay detrás? ¿Cómo pasó?

Se acomodó en su silla. Sus ojos se veían cansados.

—Salió en una reunión de gabinete. Parece que los refugiados yugoslavos, y otros, están entrando en Italia a un promedio de 1.800 por semana. Es un problema para los militares allí.

¿Fue la armada la que presionó entonces? Los ejércitos aliados estaban tocando a las puertas de Italia. Los diarios estaban llenos de noticias de sangrientas batallas en Anzio y Cassino. Habíamos perdido miles de hombres en las montañas del sur de Italia. Los refugiados llegaron a Italia a la cola del ejército. Bloqueando las rutas. Con necesidad de comida y refugio.

—Alguien en la reunión propuso traer a los refugiados. El presidente todavía tenía la idea de encontrar refugios en alguna parte de Europa, Sicilia, o partes del norte de África como Libia.

—Pero seguramente no es solo por la presión de la armada que los estamos refugiando. Tiene que haber razones más humanitarias.

—Por supuesto que es humanitaria. Mira lo que pasó con la ley de Alaska que preparamos aquí.

Asentí con la cabeza. En 1940, un año antes de Pearl Harbor, se introdujo una ley para llevar 10.000 refugiados a Alaska. La mitad de ellos serían norteamericanos, la otra mitad vendría de diferentes partes de Europa, que prometieran quedarse en Alaska por cinco años. Después se les permitiría entrar en los Estados Unidos.

La ley conseguiría dos cosas. Ayudar a abrir a Alaska a los refugiados y servirles de hogar. Pero la oposición fue tan grande, de los aislacionistas y de los mismos lugareños de Alaska, que la ley no fue aprobada.

—Estoy seguro que va a haber oposición —dijo Ickes.

Pensé en los millones de judíos esperando ser rescatados. Había escalofriantes rumores que varios millones habían sido asesinados en Alemania, Polonia y en otros países que Hitler había conquistado. Había millones más en Hungría, Rumania e Italia. Tal vez podíamos rescatarlos, quitárselos de las garras de Hitler.

De todos los miembros del gabinete Ickes, que me confesó que nunca había visto a un judío antes de los quince años, era el más apasionado en denunciar las atrocidades de los nazis en contra de los judíos.

—Señor secretario —me escuché hablando con urgencia. Está gente, llegando a un país extraño, debe estar con miedo. Alguien tiene que acompañarlos. Alguien tiene que tomar sus manos.

— ¿Estás sugiriendo…? —el cansancio pareció desaparecer. ¡Qué buena idea! Voy a enviarte a ti. Tú serás quien los traiga aquí.

Ickes era hombre de decisiones urgentes. Inmediatamente se comunicó con Dillon Myer, autoridad en el War Relocation.

—Myer —le escuché decir. Quiero mandar a alguien a Italia para traer a esos refugiados. ¿Qué? ¿Ya elegiste a alguien? ¿A un hombre? Tú manda a ese hombre. Yo mandaré a esta mujer. Sí. Es una mujer. Joven. ¿Qué?

Mi estómago se paralizó.

— ¿Qué tiene que ver que sea joven? Eso no le impidió sacar su título universitario en literatura cuando tenía veinte. Y se perfeccionó en Alemania. Conozco sus habilidades. Ha estado trabajando para mí por tres años. Estos refugiados son de los Balcanes y de Europa central. La mayoría probablemente hable alemán. Ella habla alemán y yiddish. Va a haber muchas mujeres y niños. Ella va a saber cómo hablarles. Los va a entender.

A la tarde fui convocada a la oficina de Ickes.

—Myers acaba de irse —me contó. Le dije que no podía pensar en nadie más apto. Le dije que era un trabajo único y que tú tenías calificaciones únicas. Puedes comunicarte con la gente. Con tus antecedentes van a confiar en ti.

Esperé a que continúe.

—Es más. Le dije que podrías ser de gran utilidad escribiendo sobre ellos a tu regreso. Le dije cómo siempre se te pide que hables sobre Alaska. También tus contactos con la prensa pueden ser importantes. Le aclaré que el Herald Tribune te envió al ártico soviético.

Todavía no me contaba sobre la decisión de Myer.

Myer era un veterano empleado del gobierno que había llegado desde el ministerio de agricultura. Me di cuenta que dudaría en enviar a una mujer a hacer ese trabajo.

—Myers dijo que hay problemas —continuó Ickes. Interior no está a cargo de todo el proyecto sino de War Refugee Board.

—Myers tendrá que ver que te aprueben. Le dije que te vea antes de que se entreviste con ellos. La reunión es a las once.

—Él no me conoce.

—Tengo el presentimiento que piensa que eres cualquier trabajadora social. Son estos burócratas. Tienen miedo de hacer algo inusual, algo que requiera coraje e imaginación.

Esa noche volví a leer el mensaje del presidente a la nación:

“Esta nación está asombrada por la persecución sistemática de grupos minoritarios por parte de los nazis. Para nosotros la masacre de gente inocente solo por su raza, religión o credo político es el más negro de todos los crímenes… la furia de su insano deseo de exterminar a la raza judía en Europa no disminuye. Este es solo un ejemplo. Muchos grupos cristianos también han sido asesinados.”… (Traducción propia de Haven, de Ruth Gruber.)

A Jewish Brigade Soldier and Nurses of the Jewish Agency Taking Care of Jewish Refugee Children in Florence, Italy, 1944
Soldado y enfermeras de la Jewish Agency cuidan a niños judíos refugiados en Italia, 1944

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Fuentes

Ruth Gruber, Wikipedia

 

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